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« Sentido en la orilla
A pescar, con la árida llanura detrás de mí
¿Pondré por lo menos mis tierras en orden?
El Puente de Londres se cae se cae se cae
Poi s’ascose nel foco che gli affina
Quando fiam uti chelidon ― oh golondrina golondrina
El Príncipe de Aquitania en la torre abolida
Esos fragmentos apoyó contra mis ruinas
Pardez entonces se os acomodará. Jerónimo vulva a
ester loco.
Fecha. Dayadvam. Damyatá.
Shantih Shantih Shantih”.
Las referencias en italiano y latín, y las finales en inglés, utilizan el purgatorio de Dante, una primavera y la locura del poeta romántico inglés Gérard Nerval para indicar la pérdida de cualquier nuevo nacimiento o redención.
Lo interesante es el comienzo, una de las múltiples referencias de Eliot al mito del Rey Pescador, una figura que rescata de las brumas de la literatura inglesa medieval, del afamado Del rito al romancede Jessie L. Weston, y la minuciosa y colosal obra La Rama Dorada de James G. Frazer, que Eliot describió al comienzo de las notas al poema.
El Rey Pescador representa a monarca que, herido en su costado o en la inglesa, sufre por su tierra y, en consecuencia, su tierra queda estéril, devastada como él. «Vos y vuestra tierra sois uno» le dice sir Perceval al rey Arturo por dos veces –al rey-tierra y al rey Arturo enfermo– al revelar el secreto del Grial en la interpretación cinematográfica del ciclo artúrico de John Boorman, Excálibur (1981). La parte de atrás Londres se está derrumbando tiene un tono siniestro al presentar, con una conocida rima infantil, el concepto de algo enorme e inasumible: la ciudad queda desolada.
La Inglaterra que desaparece
El puente de Londres está caído. The death of Isabella II, reina de esas mismas tierras, que hunden su conciencia de sí mismas en el mito artúrico, es la muerte de una forma dehear Inglaterra. Una Inglaterra desaparecida, para la que ya cantaba una elegía del filósofo Roger Scruton Inglaterra: una elegía (Continuum, 2001), más como un ideal moral que como un territorio de hecho.
Sin embargo, el paso de Isabel II a las tierras donde habitan san Eduardo el Confesor, san Anselmo de Canterbury, san Hugo de Lincoln, santo Tomás Becket y santo Tomás Moro (esos antepasados celosos de la probidad: todavía la reina y emperatriz Victoria del Reino Unido giraba la cabeza al lado contrario cuando pasaba por delante de los buenos súbditos del Brompton Oratory), el particular Avalon de los buenos inglesessupone mucho más.
Es la desaparición del último gran mandatario de fama mundial cuya vida ha sido dirigida –solo y de manera consistente– por el cumplimiento del deber. Con la desaparición d’Isabelle II es una idea de Occidente – aparte de los últimos resquicios del s. XX– adónde va. Porque fue la máxima representante de la idea occidental de que la actividad pública hecha con sacrificio y en cumplimiento de un deber merece la pena.
El dilema de ser y el deber ser
Es moda ahora decir que la bondad surge, no del cumplimiento de reglas y deberes, sino de una vida vivir bienen la busqueda de la plena realización de la naturaleza humana (florecimiento humano) o –en los casos más frecuentes intelectualmente y ayunos de lecturas– del bienestar (bienestar). Está bien esto. Es una idea que hunde sus raíces en la tradición mediterránea de cultivar tranquilamente, con esfuerzo y ayuda ajena, los buenos hábitos.
Sin embargo, en expresión del filósofo francés Gilles Lipovetsky, el crepúsculo de deber, la desaparición de la idea de que cumplir con el deber a toda costa sentido a una vida no indica la desaparición de una idea anglosajona, prusiana, protestante, kantiana, de un motor racional y gélido, de la propia vida. Indica la desaparición de la noción de que donde nuestro debe mover es algo por encima de nosotros mismos, de nosestros deseos inmediatos. Algo por encima de nuestra terquedad por que no caigas la sombraporque no haya distancia, entre la idea y la realidad, entre el movimiento y el acto, parafraseando otro poema de TS Eliot, Los hombres huecos (p. 123), por que no haya distancia entre nuestro deseo y su cumplimiento.
La idea del filósofo David Hume de la de un es no se puede derivar un debería (el problema del ser y el deber ser) no es válido. De que lo que somos se derivan deberes; y por tanto hacer lo que debemos, lo que está estipulado, anteponiéndolo a nosotros y nuestros proyectos, es bueno porque es correcto. Oh, mejor, al ser correcto lo que hacemos, al choplo nuestro hacemos buenos.
Corona y la acumulación de deber
Isabel II parece haber sido la última representante, reconocida públicamente y por generaciones, de la idea de que el cumplimiento del deber justifica una vida. Fue el caso más conspicuo de cómo la mayor parte de las monarquías ejemplifican en la Corona las ideas del Estado de derecho, la justicia y la equidad, acompañadas de la compasión por los más débiles. O sea, el cumplimiento de lo que se debe a cada uno.
Sin embargo, que al sur de Europa, en tierras menos brumosas que las del rey Arturo –cuyos reyes emparentados ya lejanamente con los Lancaster y que en un tiempo fueron expertos conocedores de los avatares de Lanzarote, Tristán, Iván y Galván–, queden testas coronadas que sigan empeñadas en que el cumplimiento del deber merece la pena significa que la tierra no está todavía baldía.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Leah el original.
Julián M. Montaño no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.
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